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EL INFALTABLE SÉPTIMAZO

  • Foto del escritor: Paula Rodriguez
    Paula Rodriguez
  • 5 sept 2018
  • 6 Min. de lectura

Actualizado: 20 sept 2018

Estar en la capital de Colombia sin visitar el centro es como comerse un chocorramo sin un vaso de leche. El complemento perfecto para todos los que vienen de visita.

Bien es cierto que las calles de este lugar pueden no ser las más aseadas, o que la gente que transite por estos andenes no sea la misma que veas en un restaurante de alta clase. Cómo sea, el centro Bogotano es un lugar de patrimonio histórico para este país y por tanto un lugar imperdible para quienes visitan la ciudad por primera vez (y más aún para los que viven aquí).

Podría describir cada calle con tan minucioso detalle que se sentirían viviendo allí, pero quizás nunca acabaría. Por eso, me limito a visitar y recorrer unas cuantas cuadras que se conocen bajo el mismo nombre: La séptima.

Comprende desde la Plaza de Bolívar hasta la Calle 26, donde se encuentra el que alguna vez fue el edificio más alto de la ciudad: la Torre Colpatria. Recorrer esta zona es un plan muy popular entre niños, jóvenes y adultos, entre turistas y residentes; que sin duda alguna aprovechan cada paso para conocer un poquito de la historia colombiana.


La carrera séptima se llamó originalmente la Calle Real de la Época Colonial. Esta atraviesa la ciudad de norte a sur. Por sus características físicas y sus particularidades se conoce como una ruta muy representativa de Bogotá. Estas calles además de divertir a sus caminantes han sido (y sigue siendo) escenario de ceremonias civiles, religiosas y manifestaciones sociales. Los bogotanos y turistas acostumbran salir a disfrutar del “séptimazo” desde la década de los 40. En un principio este espacio era una plaza de mercado y actualmente es un camino que contiene entretenimiento, artistas callejeros, vendedores ambulantes, estudiantes, familias, parejas de enamorados, extranjeros y sobre todo, especialistas del rebusque.


El séptimazo es ese plan de viernes en la tarde que cuesta poco y disfrutas mucho.

Puede que no sea del agrado de muchos, tal vez a la ejecutiva entaconada no le agrade tanto como a mí. Otros se han acostumbrado a vivir este espacio como una rutina más, una rutina que se convirtió en mi atracción está semana. Alrededor de nueve mil personas recorren este lugar diario. Una cifra que le regala a la calle un poco del caos capitalino. Este desorden tiene un efecto casi mágico y atrapa cada día a personas nuevas regalándoles a cada uno una manera distinta de conocer su esencia.


Sin duda alguna hay dos protagonistas en este plan del séptimazo: Las ventas y los personajes. O al menos lo fueron en mi experiencia. Puedo asegurar que sin importar cuántas veces te decidas por hacer este mismo plan, siempre vas a ver cosas diferentes, nunca vas a pisar los mismos lugares al caminar y cada recorrido habrá millones de rostros nuevos que te causarán un poquito de curiosidad. Por ahora es mi turno y he decidido contarles lo que viví mi viernes 31 de agosto a las 4:30 de la tarde.


Una tarde con un clima acogedor para mí gusto. Una mezcla de calor superada por un viento frío característico de esta ciudad me acompañan en mi recorrido. He tenido que afrontar un poco mis fobias desde el inicio ¡Qué cantidad tan absurda de palomas hay aquí! Esos horribles animales grises vuelan por doquier en La Plaza de Bolívar. El nombre de la plaza se debe a la estatua de El libertador. Simón Bolívar fue un militar y político venezolano, fundador de las repúblicas de la Gran Colombia y Bolivia. Contribuyó a inspirar y concretar de manera decisiva la independencia de Colombia. Su representación se ubica justo en el centro de la plaza está un poco desgastada y cubierta del verde y asqueroso excremento de esas aves que retuercen mis pensamientos.

La plaza, la principal de Bogotá está rodeada por varios edificios que comentan son importantes: al norte el Palacio de Justicia, al sur el Capitolio Nacional, al oriente la Catedral Primada de Colombia, y al occidente el Palacio Liévano, sede de la Alcaldía Mayor de Bogotá, y al suroriente el Colegio Mayor de San Bartolomé de los jesuitas.


Son sin duda estructuras magníficas que asombran la vista de cualquier humano. Una gama de colores entre Beige y gris, que por cierto combinan muy bien con el cielo y la bandera colombiana justo detrás de la estatua, se posan en los edificios y sus suelos.


Además allí hay PALOMAS, y vendedores de productos muy particulares. Maíz empacado en una bolsita transparente para alimentar a las tan disgustosas palomas. El “combo” viene con una fotografía que los vendedores llaman Serie, donde las protagonistas son las palomas. La gente parece estar conforme con esta aventura de alimentar a las palomas y sacarse una fotografía donde capturen su cara de impresión que es imposible evitar. Creo que mencioné tantas veces la palabra paloma que ya se imaginaran la cantidad.


También venden helados, el más particular es el BonIce, un refresco congelado que viene en forma de tubo y tiene colores y sabores deliciosos a un precio muy bajo de solo 500 pesos. Globos, cigarrillos y hasta tinto en puestos improvisados que amenizan un poco el espacio.

Así como yo, muchos se dedican a fotografiar los monumentos y curiosidades, los niños juegan y otros simplemente pasan aferrados a sus audífonos o la idea de seguir con afán su camino. Todos estamos allí y hacemos que el lugar se vea lleno sin necesidad de sentirse en medio de una multitud. Continúo caminando y tan solo a unos 20 pasos se encuentra El Museo de la Independencia/Casa del Florero, tiene una construcción colonial y se ubicada en la esquina noreste de la Plaza de Bolívar. En él se produjo uno de sus acontecimientos más destacados, conocido como el Grito de Independenciael día 20 de julio de 1810.


Paso a paso conozco un producto diferente, un rostro diferente, un olor diferente. El hippie en el suelo con sus productos hechos con alambre que habla alegre y se dispone a realizar una venta. Mi atención increíblemente, en este punto del recorrido ya no son los edificios o estructuras. Son más bien los puntos improvisados, los puestos ambulantes y las personas con un parlante las que capturan tu atención y te causan una sonrisa tímida. ¡¿Qué locura es esta?! Una calavera que canta rock gracias a las manos de un humano. ¡Mira, mira! una batería que suena perfecta y armoniza los pasos con ese rock de fondo.


El suelo parece estar sucio, no porque veas un papel o un bulto de basura, es más bien su peculiar olor lo que te lo hace saber… El joven que baila break dance y tiene su cabeza bien puesta en el suelo y su pies al aire parece obviar esto. 10 pasos más y ya tengo una salsa en mi oídos, entonada por una mujer y que acompaña bastante bien ese suave y dulce olor que entra en mi nariz. Unos carritos con bolsitas cafés llaman mi atención, el olor viene de allí. Papas, plátanos fritos y CHURROS. $2.000 pesos por una bolsita de azúcar que baña unos aros de masa fritos. Mi satisfacción con esto es increíble, la dieta a un lado, caminarse la séptima con esta bolsita en mis manos y los churros en mi paladar fue lo mejor del recorrido.


Pasos, caras, historias. Ahora mi cara parece ser un adorno más de la séptima, el señor me dibuja rápidamente con su carboncillo de forma caricaturizada por $20.000, buenos dibujos en pocos minutos. Muy cerca, solo gira un poco tu mirada: una orquesta entera al ritmo de la clave salsera y la voz de todo su público ¡yo soy el cantante, porque lo mío es cantar! Si no eres amante de este ritmo está “Michael Jackson” unos cuantos paso más lejos y con una buena recreación de su baile se rodea de unas 30 personas.


Tantos pasos parecen dar hambre. Si quieres obviar el Mc Donalds que está justo en la esquina puedes ver puestos de chicarrón, de chunchullo, una fila eterna para comprar buñuelos, pudín caramelizado hecho por venezolanos, y un sin número de restaurantes y cafeterías. ¡Se le tiene!, lo que sea que se me ocurriera querer lo podía obtener en cada paso en esos pequeños carros, o simplemente al mirar al suelo: Libros, Películas, collares tejidos, medias, cordones, maquillaje, lupas, y hasta pomadas. No me jodas, el centro comercial se le quedó en pañales.


Este viernes he tenido una suerte increíble. Me he topado con un toque callejero. La batucada más grande y conocida de Bogotá está en la séptima. Aainjaa es una compañía artística que apostó a acompañar la percusión musical con la danza y el teatro.  Hoy su muestra es en la calle, con sonidos de tambores, gritos y un ritmo de Samba la gente se dispone a oírlos y correr tras de ellos para escuchar su música y apreciar la puesta en escena, Sin duda alguna una experiencia a la que pocos se le miden. Un concierto móvil, como trato de ilustrar, corriendo y bailando con el caos, la multitud y los tambores finalice mí recorrido por esta emblemática séptima.


Una miradita rápida de esta visita.


Si también has caminado por allí o te antojaste de hacerlo, imaginate qué tan diferente sonaría tu propia experiencia. Un plan muy común una experiencia diferente. #atrévete #vivediferente #viernes #miraleotracaraalarutina

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