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Artes de pesca, Rostros y el correr del Río Magdalena en Honda Tolima

  • Foto del escritor: Odan Acero
    Odan Acero
  • 20 oct 2018
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 20 nov 2018




El Río Grande del Magdalena es una creciente de agua que ha visto cómo se forjan las ciudades. En sus costas se puede observar cómo ha sido el desarrollo de un hombre que ha crecido a punta machete, rejo y trago. Nace en el Macizo Colombiano, en los Andes, más exactamente en el Páramo de las Papas y llega a la Costa Caribe desembocando en el Atlántico. En todo su trayecto atraviesa un tercio de los departamentos de Colombia. Pasa por el Cauca y por el Huila, departamentos que lo ven nacer a 3685 metros de altura y que hacen que las aguas de los páramos y aguas nacientes lleguen a él. Seguidamente pasa por Tolima, Caldas, Cundinamarca, Boyacá, Santander, Antioquia, Bolívar, Cesar, Magdalena y Atlántico.

Es común encontrarse a las orillas del Río Magdalena caras de hombres que han crecido toda su vida junto a estas aguas que no frenan. Y es seguro afirmar que tienen más de una historia que contar, y que para hacerlo, necesitarían una vida más. El agua que corre por lo ancho y a lo largo del Río Grande parece ser una parte más del cuerpo de estos hombres. En sus rostros se nota que están familiarizados con el correr del agua, y además, como comenta Raúl, uno de los lancheros de nuestro recorrido, espera que su vida finalice en el mismo río que lo vio nacer.



“La naturaleza se encarga de darnos y quitarnos la vida” comenta Don Jaime en un recorrido guiado en Honda. Y lo dice porque conoce bien que el Magdalena, con todas sus penurias y encantos, ha mantenido el vivir de cientos de generaciones que han sacado, aprovechado y maltratado los recursos brindados por la naturaleza. En las generaciones de jóvenes, hay pescadores que narran las tradiciones de pesca mantenidas desde tiempos inmemoriales y que se transforman y modifican según las necesidades que las personas que se benefician del río deseen suplir. Pero, es importante recordar que lo quieran o no, las ambiciones de querer sacar el mayor provecho del río, harán que cuando menos lo crean, todos los pobladores de esta zona retomen las prácticas ancestrales que nunca debieron mutar. Los rostros de los pescadores son una muestra de los lasos que han tenido con el río, son una muestra de los enfrentamientos, de las disputas y de la relación entre la naturaleza y el hombre.


El vivir del Río Grande está basado principalmente en pescar. Esta es una práctica común que se ha extendido desde antes de la existencia de indígenas en Honda. Indígenas que parecen ya extintos y que heredaron hasta estos siglos la tradición de tejer ATARRAYAS, CHINCHORROS, NASAS y artes de pesca que han se hunden en las profundidades del esta aguas incontrolables para alimentar a quienes tuvieron la paciencia, la constancia y el honor de sentarse a cocer 300, 400 o 500 líneas de hilo que terminan por darle vida a grandes sábanas de pesca que debido a la dedicación con la que se hacen pueden heredarse de padre a hijo y de esa manera una sola de estas mantas puede llegar a alimentar a más de tres o cuatro generaciones de familias.




La pesca es un arte. En Honda la pesca es una herencia que viene por parte de comunidades indígenas como los Pijaos. Estos utilizaron los pocos recursos que la naturaleza les ofrecía para poder aprovechar cada recurso que la naturaleza les dio. Es creativa la forma de pescar, es como un baile, de aquí allá y de allá acá, al son del correr del agua en el Magdalena. Es un baile el choque de la corriente con las olas.  Pescar es estar en un solo compás con cada uno de los elementos que conforman el río.

La pesca, como en cualquier otro lugar de Colombia, está asociada a otras labores y funciones que hacer parte del diario vivir de las comunidades asociadas al consumo de este animal. Limpiar los pescados, ensartarlos, pescarlos, venderlos o simplemente pescarlos para comerlos, forjan, tanto física como emocionalmente, el cuerpo y la mente de los pescadores. Las huellas del río son notables en las manos y cuerpos de los pescadores.




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